Hace unos meses, en unas jornadas sobre empresa y TIC, una ponente, experta en marketing digital, iniciaba su charla con una pregunta al auditorio, ¿creéis que hay mucho iluso que se enfrenta a la puesta en el mercado de un nuevo producto sin una estrategia de venta?
Este punto de partida sirve, no sólo para demostrar que, desgraciadamente, si hay más ilusos de los que debería, sino para tener claro que, aun contando con la mejor de las estrategias, existe una elevada probabilidad que el negocio sea un fracaso. No obstante, esta probabilidad se multiplica exponencialmente, cuando alguna organización “se lanza a una piscina vacía sin mirar, previamente desde el borde, el nivel de agua”.
Ese minuto de tiempo perdido en observar el futuro, puede ser la diferencia entre acertar o estrellarse con todo el equipo. Ese minuto, a la postre no es más que pensar y planificar una estrategia empresarial con la que afrontar cómo vamos a encarar el futuro en función de la situación en la que se mueve el negocio
Seguramente a nadie se le escapa, aunque las estadísticas a veces son tozudas, que ese futuro pasa por la transformación digital. No es sólo una estrategia de empresa, es una estrategia de ciudadanía y de país. Hoy si no estás al día en herramientas y procedimientos digitales, tus expectativas se diluyen como un azucarillo. Es cierto que la supervivencia siempre puede ser posible, pero sólo eso, sobrevivir.
Entonces, ¿cómo enfrentamos ese paso hacia el futuro? En realidad, las respuestas, porque no hay sólo una, hay que plantearlas a sencillas preguntas; qué, cómo, cuándo, cuánto, etc. Pero como suele ocurrir, muchas veces responder preguntas sencillas se convierte en un ejercicio de la máxima dificultad. Por eso es necesario, pararse ese minuto y mirar el fondo de la piscina. Ahí enfrente de nuestros ojos está nuestra Estrategia de Transformación Digital.
Fácil a la vez que complicado, no difícil, que requiere de un esfuerzo colectivo, liderado por la dirección de la empresa, motor con la necesaria cultura digital y con capacidad de transmisión al resto de la organización. Para ello se requiere de liderazgo, tener la convicción del camino a recorrer y transitarlo en las mejores condiciones. Sin ese liderazgo, sólo habrá una vía muerta que se volverá intransitable.
Pero la cultura digital implica además, saber de dónde partimos, con qué mimbres contamos, qué nos falta para recorrer el camino y cuál será nuestro destino. Todo ello teniendo en cuenta la resistencia al cambio que cualquier organización muestra en sus estructuras operacionales, únicamente vencida mediante un importante cambio de mentalidad colectiva hacía un objetivo común.
En este punto debemos tener consciencia de conceptos clave en la transformación digital, sobre todo madurez digital y posicionamiento e innovación. Para determinar la primera, se dispone de múltiples herramientas digitales, tanto públicas como privadas, que nos permiten conocer, con menor o mayor grado de concreción el punto de partida.
Para el segundo, la situación es más complicada. No existe una poción mágica para conseguir el éxito. Para posicionarse hay que estar y trabajar duro la marca, pero innovar no lo hace cualquiera. Bien es cierto que un buen equipo, con importantes competencias digitales, allana bastante el camino, pero no es fácil tener este equipo, tanto es así, que debe ser un eje fundamental de la estrategia de transformación digital.
El cliente es otro de los elementos fundamentales en la ecuación. Se ha pasado de clientes físicos a digitales, hiperconectados, que no sólo tienen mucha información, sino que además son proactivos, facilitan el tránsito de la información por las redes de comunicación, en muchos casos mejorada o, lo que puede ser peor, opinada, no tienen la necesidad de la paciencia ya que todo está disponible a golpe de clic y han dejado de ser pasivos, para ser sus propios gestores, requiriendo una mayor y mejor relación cliente-empresa, incluso a posteriori.
Estos dos ejes que se deben acompañar de otros de similar importancia; la digitalización de productos y servicios, incluyendo los procesos productivos, y la disponibilidad de herramientas TIC necesarias para el correcto funcionamiento operacional y comercial.
Estos son los mimbres; cultura, madurez, liderazgo, estrategia, clientes y herramientas digitales, ahora hay que hacer el cesto, pero no el mejor de los mejores, sino el que más se adapte a quiénes me lo van comprar, tanto en calidad y precio, como en facilidad de compra o de resolución de los “problemas” que pueda dar.
Nota final: no formes parte del grupo de ilusos, ya está el cupo lleno.